ASOCIACIÓN SALVADOREÑA DE SOCIOLOGÍA
“EL PLANTEAMIENTO PASTORAL DE MONSEÑOR OSCAR ARNULFO ROMERO Y
EL COMPROMISO DE LAS PRESENTES GENERACIONES CON UN MEJOR PAIS”.
Licenciado
Luis Alonso Monge González
El
Salvador, San Salvador, 20 de Marzo de 2015.
A treinta y cinco años del martirio del salvadoreño más universal,
resulta interesante y reto a la vez abordar el pensamiento social de este
insigne salvadoreño que desde su función como pastor de un pueblo que
acongojado por años de oscuridad buscaba la luz que le permitieran nuevos
derroteros de cara al nuevo milenio que se cernía con poca esperanza de
labrarse un mejor porvenir.
No tengo la intención de
repetir la cantidad de escritos y frases que se han elaborado para acercarse al
pensamiento de Monseñor Romero, sin embargo pretendo rescatar algunas frases
pronunciadas durante su ministerio como Arzobispo de la República, que denotan
su claro compromiso preferente con los pobres; en este sentido cuando pronuncia
“Aunque me maten, nadie puede callar ya
la voz de la Justicia”, me atrevería a señalar que tenía plena conciencia
de que la sed de justicia del pueblo salvadoreño estaba por encima del
sacrificio de una persona o de cientos o de miles como efectivamente sucedió a
lo largo del desarrollo de la guerra fratricida que no solo abono los campos de
la patria, sino que también llevo a allende fronteras a miles de compatriotas
que huyendo de los estragos que generaba el conflicto buscaron en los países
vecinos y en el resto del mundo la paz y la justicia que no encontraban en su
terruño.
El gran compromiso de
Monseñor Romero, con los necesitados, con los excluidos y marginados queda
patente cuando plantea: “El mal de todo
es la injusticia social. Los que no quieren cambios son los grandes
malhechores, con un decidido énfasis en pro de la transformación de las
estructuras socioeconómicas”; la historia de El Salvador que podemos
resumirla en los últimos 490 años, a partir de la llegada de los españoles a
estas tierras, demuestra claramente el profundo desprecio por los sectores
sociales originarios y de todos aquellos que como resultado de la composición
de clases con la que se fue configurando la formación económico social
salvadoreña pasaron a la categoría de siervos, esclavos, artesanos,
trabajadores y campesinos, es decir el Estado que se formó fue pensado y
desarrollado en función de quienes detentaban el poder por mandato del rey y de
su corte y posteriormente por quienes se agenciaron el control del Estado.
En este contexto, se incubaron
las condiciones de explotación, marginación y exclusión en que han vivido
millones de salvadoreños a lo largo de su historia, por ello no debemos
extrañarnos de los procesos cíclicos que los sectores excluidos han hecho 1834
– 1932 – 1980, para citar tres fechas que marcan grandes periodos de cambio,
represión y liberación. La firme
creencia de Monseñor Romero en la superación de las condiciones de pobreza y en
el compromiso de la iglesia en este camino se plasma cuando manifiesta: “Yo siempre creí en la promoción social, de
acuerdo con el Concilio Vaticano Segundo y el Congreso de Medellín” la
presente historia no puede desconocer estos dos grandes eventos de la iglesia
que pretendieron que sus pastores, y su jerarquía se pusieran al servicio de los
más necesitados, como toda acción humana siempre hay vientos a favor y otras
que van en dirección contraria y américa latina registra cientos de ejemplos al
respecto; en este sentido su planteamiento en contra de la injusticia social,
le valió recibir amenazas tanto de la extrema derecha y de la ultra izquierda:
Sin duda Monseñor Romero, recibió presiones de toda
naturaleza y de los bandos en conflicto cada uno de estos bandos buscaba agenciarse
el favor de la iglesia, pero particularmente de lo que pregonaban sus voceros,
ya que finalmente no puede concebirse una iglesia pasiva u opuesta a las
condiciones de vida imperante, la historia registra cantidad de hechos en los
cuales la iglesia ha jugado un papel en beneficio de los sectores dominantes y
en ese contexto la iglesia salvadoreña no es la excepción, si bien es cierto
que fueron sacerdotes los que enarbolaron la bandera de la independencia,
también es cierto que esta bandera de lucha respondía a los intereses de clase
que representaban, por ello entonces no es de extrañar que la independencia
haya sido simplemente lo que hoy podemos denominar cambio de patrón; o sea
cambiamos a los patrones peninsulares y fuimos absorbidos por criollos y uno
que otro mestizo que lograron cierta acumulación.
En este sentido, la expresión de Monseñor Romero: “Porque estoy al lado de los débiles me
llaman subversivo”. “Nosotros estamos
al lado de los masacrados, de los explotados, de los abandonados, de los que
diariamente se ven atropellados, de los hambrientos, y puedo asegurarle que en
mi país hay mucha hambre. Se habla de catorce familias, quizá sean más; las que
lo tienen todo, frente a millones de seres que viven en absoluta miseria. La
labor de la Iglesia, de muchos sacerdotes, religiosas y militantes, ha consistido
desde hace años en promocionar a esas gentes para que puedan vivir, y en cuanto
de nosotros depende, que puedan hacerlo con alguna dignidad”. Sabias
palabras de alguien que con el correr del tiempo el pueblo lo llamará profeta,
ciertamente este país, este pueblo necesita profetas, pero profetas
consecuentes y comprometidos con los intereses de los más necesitados.
No necesitamos luces que alumbren el camino de la
opresión, este pueblo merece un mejor porvenir, parodiando podemos decir que ya
basta de oscuridad, permítanme hacer referencia al anuncio de la beatificación de monseñor Romero, 23 de
mayo, hecho que sin duda pasará a la historia como el acto más apoteósico visto
en la historia reciente, después de la marcha del 20 de enero de 1980, en la
cual más de medio millón de salvadoreños y salvadoreñas colmaron las calles de
San Salvador para exigir democracia, justicia, cese a la represión, libertad,
ejes de lucha de Monseñor Romero; desde mi perspectiva Monseñor Romero
representa el vaso permanentemente vacío de este pueblo que clama mejores
condiciones de vida, de salud, de educación, no olvidemos que si bien es cierto
las condiciones para acallar la voz de las armas han cesado, la voz para construir
un mundo más humano, más justo y con más dignidad para el pueblo salvadoreño
siguen latente.
Los acuerdos de paz, que dieron fin al conflicto
fratricida, no fueron suficientes para modificar, mucho menos cambiar las
condiciones materiales de la sociedad salvadoreña, y por consiguiente las
condiciones de injusticia, de exclusión y marginación, veintitrés años después
de la firma de los acuerdos de paz, este pueblo, nuestro pueblo sigue clamando
justicia, dignidad respeto a su voluntad, trabajo digno y con mejores salarios,
en este marco es lamentable por ejemplo que la ley que regula las relaciones
laborales en el país siga invariable, a diario las denuncias de atropellos
contra los derechos laborales se reciben en instituciones como el Ministerio de
Trabajo y la Procuraduría General de la República; muchas de estas denuncias no
prosperan porque todo el andamiaje jurídico laboral está a favor de los
empresarios, en este marco la pretendida flexibilidad laboral y la inserción de
la economía nacional en el mundo globalizado neo liberal por medio de la
maquila en sus distintas manifestaciones lejos de llevar prosperidad a las y
los trabajadores salvadoreños, los ha sumido en un mundo de desesperanza y de
explotación a ultranza y con la vista y paciencia de quienes ayer lucharon por
mejores condiciones de vida para las mayorías populares y que hoy detentan el
poder político del Estado.
Estoy seguro que si Monseñor Romero, se encontrase
físicamente con nosotros, estaría denunciando las condiciones precarias y poco
dignas con que se desarrollan las relaciones laborales al interior de la
empresa privada en particular, pero en general en los distintos órdenes del
quehacer productivo nacional. Precisamente por denunciar las condiciones de
vida y de trabajo de miles y miles de salvadoreños y salvadoreñas en su momento
manifestó: “Dicen que ayudamos a
comunistas, a gentes del hampa. Para nosotros no hay etiquetas: son hombres
perseguidos, torturados a veces sin la mínima razón, y esa situación, que ya es
de dos años, está creando una mentalidad violenta entre la población
salvadoreña, que sí es pacífica. Si no ponemos remedio, con arreglo a nuestras
posibilidades, un día la historia nos pedirá cuentas. En este contexto, la
iglesia no solo está llamada ser luz del mundo, sino que también a ser la caja
de resonancia de aquellos seres humanos que no pueden expresar sus condiciones
miserables de existencia porque los aplasta el sistema, es decir debe ser la
sal del mundo, porque objetivamente hablando cada vez que uno derrama sal sobre
una parte del cuerpo que presenta laceraciones el cuerpo sufre, y nuestra
sociedad por muchos esfuerzos que ha hecho por cicatrizar sus laceraciones aún
están latentes las condiciones de vida adversas para millones de salvadoreños y
salvadoreñas, el sistema político nacional ha sido incapaz de encontrar, mucho
menos construir una ruta de progreso fundamentada en la economía al servicio
del hombre.
La
vigencia de las palabras de Monseñor Romero, cobran fuerza en la presente
coyuntura que nos genera la contienda electoral del uno de marzo del presente
año cuando nos dice: “Es necesario un pluralismo sano. No queramos cortarlos a
todos con la misma medida. No es uniformidad, que es distinto de unidad. Unidad
quiere decir pluralidad, pero respeto de todos al pensamiento de los otros, y
entre todos crear una unidad que es mucho más rica que mi sólo pensamiento
(Homilía 29 de mayo de 1977, I-II p. 75)”. Efectivamente
el país se encamina a la consolidación de un sistema político donde la
pluralidad debe ser el eje de acción para la construcción de la unidad que nos
permita concretar un mejor país con oportunidades para todos y todas
independientemente de la posición social que se ocupe en la sociedad y del
credo político que se practique, por ello; se hace necesario tener presente
nuestra historia pasada, reciente y presente que está plagada de condiciones de
injusticia e inequidad, pero en especial para quienes hoy en días se disputan
la hegemonía de los estratos sociales que conforman la mayoría de la población
salvadoreña.
Hoy
que rendimos tributo al martirio de este insigne profeta nuestro, no debemos,
ni podemos olvidar a los 30, 000 asesinados en el marco de la represión
campesina de 1932, los sesenta años de lucha contra la dictadura militar y a los
cientos de salvadoreños y salvadoreñas asesinadas, desaparecidas y exiliadas
que sufrieron su represión, tampoco podemos olvidar las setenta mil personas
asesinadas y desaparecidas en el marco de la guerra civil de los años ochenta
del siglo recién pasado; salvadoreñas y salvadoreños todos, ricos, pobres,
empresarios, trabajadores, campesinos, terratenientes, estudiantes, mujeres,
profesionales, todas y todos de izquierda, centro o derecha estamos llamados a
construir un mejor país, estamos obligados a que no decaiga la esperanza y la
gloria de un pueblo que ha luchado tenazmente contra todas las adversidades y
que se plasma con realismo mágico en la primera estrofa de nuestro Himno
Nacional: “De la paz en la dicha suprema, Siempre noble soñó El Salvador;
Fue obtenerla su eterno problema, Conservarla es su gloria mayor. Y con fe inquebrantable
el camino Del progreso se afana en seguir Por llenar su grandioso
destino, Conquistarse un feliz porvenir. Le protege una férrea
barrera Contra el choque de ruin deslealtad, Desde el día que en su
alta bandera Con su sangre escribió: ¡LIBERTAD!.
La
búsqueda incesante de hombres y mujeres que habitan El Salvador, por siempre ha
sido la de heredar mejores condiciones de vida a nuestros hijos e hijas, y en
ese sentido las palabras proféticas de Monseñor Romero nos deben hacer
reflexionar permanentemente acerca de que todos y todas participemos en la
construcción de un país justo, con inclusión y en equidad; porque como muy bien
plantea Monseñor Romero: “El cristiano no debe tolerar que el enemigo de Dios, el
pecado, reine en el mundo. El cristiano tiene que trabajar para que el pecado
sea marginado y el reino de Dios se implante. Luchar por esto no es comunismo.
Luchar por esto no es meterse en política. Es simplemente el Evangelio que le
reclama al hombre, al cristiano de hoy, más compromiso con la historia (Homilía
16 de julio de 1977, I-II p. 133).
En este contexto, las presentes generaciones están llamadas a no
permitir que el pensamiento profético de Monseñor Romero sea sujeto de
maniqueísmo y mucho menos a que forme parte de los procesos de alienación a que
son sometidos los pueblos por parte de quienes conducen el quehacer del Estado,
por ello deben tenerse siempre a la orden del día la siguiente alocución de
Monseñor Romero: “La Iglesia no puede
callar ante esas injusticias del orden económico, del orden político, del orden
social. Si callara, la Iglesia sería cómplice con el que se margina y duerme un
conformismo enfermizo, pecaminoso, o con el que se aprovecha de ese
adormecimiento del pueblo para abusar y acaparar económicamente, políticamente,
y marginar una inmensa mayoría del pueblo. Esta es la voz de la Iglesia,
hermanos. Y mientras no se le deje libertad de clamar estas verdades de su
Evangelio, hay persecución. Y se trata de cosas sustanciales, no de cosas de
poca importancia. Es cuestión de vida o muerte para el reino de Dios en esta
tierra (Homilía 24 de julio de 1977, I-II p. 142)”.
Deseo cerrar estas consideraciones sobre el planteamiento pastoral
de Monseñor Romero, señalando que no es mi interés registrar la historia por
registrarla, más bien es mi interés contrastar el presente de nuestro país a la
luz del pensamiento profético de Monseñor Romero, ya que el país que conoció
Romero, ciertamente ha cambiado, pero las presentes generaciones deben
convertirse en vigilantes de sus gobernantes para que nunca más volvamos a las
condiciones oprobiosas de vida social, cultural y política en que se debatían
las generación de los años setenta y ochenta del siglo recién pasado; hagamos
nuestro el pensamiento de Romero que señaló: “Nuestro país no puede seguir así. Hay que
superar la indiferencia entre muchos que se colocan como meros espectadores ante
la terrible situación, sobre todo en el campo. Hay que combatir el egoísmo que
se esconde en quienes no quieren ceder de lo suyo para que alcance a los demás.
Hay que volver a encontrar la profunda verdad evangélica de que debemos servir
a las mayorías pobres (Homilía 2 de abril de 1978, IV pp. 132-133)”.
Y
por ello, invito a la estimada concurrencia a formar parte de las fuerzas que
combaten los grandes males del sistema
capitalista en que vivimos; Romero ya nos advertía cuando manifiesta: “Privarse de algo es liberarse de las servidumbres de una
civilización que nos incita cada vez más a la comodidad y al consumo sin
siquiera preocuparse de la conservación de nuestro ambiente, patrimonio común
de la humanidad. ¡Fíjense qué palabras, que aun hacen el bien en el campo material!
«Somos víctimas de una sociedad de consumo, de lujo» Y estamos sacando cosas de
consumo, porque la propaganda es tremenda, y tomamos cosas aun superiores a
nuestro sueldo. Queremos vivir el lujo, queremos consumir como consumen todos y
nos estamos haciendo víctimas, esclavos (Homilía 4 de marzo de 1979, VI p. 183). Los invito a formar parte de una sociedad
humana, justa y solidaria, para que seamos dignos hijos del profeta que camina
entre nosotros.
BIBLIOGRAFIA:
- Monseñor
Oscar Arnulfo Romero, Su Diario, desde el 31 de marzo de 1978 hasta jueves 20
de marzo de 1980, imprenta Criterio, febrero de 1990, San Salvador, El
Salvador.
-
Oscar
A. Romero, día a día con Monseñor Romero, biblioteca universal virtual
-
EL
PENSAMIENTO TEOLOGICO-PASTORAL EN LAS HOMILIAS DE MONSEÑOR ROMERO, Director:
Marciano Vidal, Alumno: Thomas Greenan, UNIVERSIDAD PONTIFICIA COMILLAS, MADRID,
Facultad de Teología, Departamento de Teología Moral y Praxis Cristiana.
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